Voy a decirlo como va: Estoy orgulloso de los cuatro galardones que recibió Guillermo del Toro en la 90 edición de los premios Óscar -los cuales, como nota al margen, resultaron ser la edición con menos rating de la historia-.

Se une a ese selecto club de directores mexicanos que pueden presumir haber ganado un Óscar, en el caso de Del Toro, por mejor director y mejor película por La Forma del Agua, sumando ese galardón al Globo de Oro y al BAFTA por la misma película, ambas en categoría de mejor director.

Fue una película que disfruté completamente y que es casi igual de buena que otros trabajos del cineasta jalisciense como El Laberinto del Fauno, la cual, a mi muy personal juicio, sigue siendo su obra cumbre.

No obstante, si en algo no estoy de acuerdo, es en la ya tradicional actitud de algunos mexicanos de aseverar, con todo el orgullo del mundo “México ganó”.

Siempre es lo mismo, cuando algún mexicano logra algo excepcional, algo fruto de su esfuerzo, él se convierte en todos nosotros. Pongamos por ejemplo a la selección mexicana. Por lo regular, cuando clasifica al mundial, en el lenguaje colectivo se dice “México clasificó”, porque esa clasificación bien podría considerarse como un logro en sí. Pero cuando pierde, he leído en redes sociales a gente decir “la selección perdió, nos volvió a fallar”, y demás. Es decir, solo nos apropiamos de los triunfos de otros cuando hacen algo bien.

Ahora bien, en el sentido estricto de la palabra, México no ganó nada en la entrega del Óscar a Guillermo del Toro. El director es mexicano (radicado en Los Ángeles), sí, pero esa película es una producción extranjera, fue financiada por dinero extranjero, con reparto extranjero y staff extranjero.

Si el IMCINE, en su momento, hubiese apoyado incondicionalmente a talentos como Del Toro, Cuarón, Iñarritu y otros tantos que a la fecha siguen estancados, si el consumidor de cine fuese lo bastante exigente como para no fomentar comedias baratas, que es de lo que tristemente se exhibe más en los cines mexicanos, ese premio (probablemente en otra categoría) se hubiese sentido más mexicano. La falta de oportunidades es lo que genera esta fuga de talentos y cerebros, donde otros países reconocen todo lo que el mexicano tiene que dar ante el mundo.

Una cosa es sentir orgullo porque un paisano gana un galardón y otra es pensar que podemos apropiarnos del mismo.