Desde el primero de julio, fecha en que nuestro próximo presidente Andrés Manuel López Obrador ganó de manera avasalladora el cargo que buscaba sin descanso los pasados 12 años, han pasado un par de cosas que vale la pena mencionar. No tiene, en absoluto, el más mínimo sentido ponerme a elucubrar sobre la pléyade de circunstancias que se alinearon para que el candidato tuviese semejante triunfo, porque, inevitablemente, involucraría señalar culpables, desde los mismos gobiernos priístas hasta las campañas coordinadas de bots y sockpuppets que atacaron y corrompieron la discusión pública para generar el clima de “encabronamiento” propicio para descalabrar al PRI (quizá lo único bueno que dejó la elección)

Pues bien, ya ganaron, desterraron de manera brutal a su llamado “PRIAN”, ignorantes del hecho de que le dieron la victoria a medio “PRIAN” (Korrodi, Bartlett, Moctezuma, Monreal, Guadiana, Evaristo Hernández Cruz, Martínez Garrigós, Calzada Rovirosa, Gabriel Tláloc Cantú, Montiel Amoroso, Alfonso Romo, Fernando Villarreal, Marat Rascón, Acosta Pérez, Rubén Castañeda, Fernando Tiscareño, Abril Gómez, Héctor de la Garza, Susana Escárcega, Jesús Luna, Luis Villalobos, Valencia de los Santos, Víctor Jurado Medina, Sergio Valencia, Tatiana Clouthier, Gabriela Cuevas, Juan Rodolfo Sánchez, Napoleón Gómez Urrutia, Miguel Ángel Chico Herrera, René Fujiwara, Fernando González Sánchez, Otniel García, Héctor Vela, Manuel Espino… pero “lo bueno es que ya no hay PRIAN”, según sus delirios), como el mismo López Obrador habría dicho irónicamente alguna vez para referirse a sus adversarios “es la misma gata, nomás que revolcada”.

Tampoco ahondaré eso porque, a estas alturas, es un comentario vertido en tierra estéril. Lo que es un hecho, es que López Obrador logró un quórum democrático que no se había visto en décadas.

Lo que también es un hecho, es que logró mayoría, por medio de su coalición, de cámara de diputados y senadores, sin contar otro dominio igual de importante en congresos locales. 69 senadores y 310 diputados. Dos de tres poderes, que en teoría deberían bastar como contrapesos en una democracia funcional (digo en teoría, porque desgraciadamente en México la oposición ha tenido siempre un papel más chantajista, saboteador y ventajoso), dependerán del estado de ánimo de una sola persona. En los congresos, la oposición podrá tener voz (al menos hasta donde lo permita la legislación vigente, a reserva de que a Morena y sus satélites se les antoje un mal día cambiarla), pero poco o nada podrán hacer ante los decretos que emane el ejecutivo, por muy demenciales o benéficos que estos resulten.

Además, logró dominar 19 congresos estatales, ya con esta combinación de factores, el ejecutivo puede hacer y deshacer con la constitución, nuestra ley fundamental y máxima, de acuerdo a sus gustos y a su estado de ánimo. Ni siquiera exponiéndolo así, me da la impresión de que comprenden, mínimamente, lo que acaban de hacer. Quizá solamente aquellos que les tocó vivir la política servilista y concentrada en Díaz Ordaz, que a la postre se volvió aún más autoritaria y desastrosa con su sucesor Luis Echeverría y luego José López Portillo, tengan noción empírica e histórica de ver lo que se propició desde el sufragio popular hace dos semanas.

Está concentrando un poder absoluto. Esto no se veía desde el PRI añejo setentero: Quien define los 11 puntos de la agenda legislativa de Morena, es López Obrador, y a ellos se les hace bastante natural. A fin de cuentas, era la cabeza tras la cual todos iban formados, no se acostumbraron a otra manera desde 2014 (incluso desde antes en el PRD). Por si no les queda claro: Las propuestas políticas se redactarán desde donde el nuevo presidente quiera despachar.

Por un lado, ello parece un justo castigo ante unos partidos que jamás asumieron la responsabilidad democrática y política que implicaba sus posiciones. Si realmente tienen la más mínima intención de ver por algo más que sus estructuras internas, y recuperar su relevancia, deberían empezar por sentarse en los escombros que dejó el huracán AMLO y tener la suficiente madurez y honestidad para hacer el ejercicio de autocrítica correspondiente, y actuar en consecuencia. Eso, al menos con los partidos que integran el Frente y otros no adheridos, el PRI está totalmente en un punto de no retorno, e insisto, ello me alegraría de no ser porque, en su esencia, es solo la piel vieja de una serpiente que ahora resulta llamarse Morena. Por cierto, este ejercicio no se ve, pues el PAN sigue peleándose entre sí sobre sus mismos escombros, buscando cortar cabezas y el PRD habla por fuera de una transformación mientras por dentro aparecen carroñeros a ver qué se llevan del partido antes de su extinción. No duden que, a pesar de que el gran éxodo a Morena de prianistas se llevó en octubre pasado, volvamos a ver otro de semejante magnitud al filo de las elecciones intermedias de 2021.

Pero me estoy desviando. A los dos de tres poderes que dominará una sola persona a partir de diciembre, sumemos la súbitamente escasa capacidad de crítica de los medios de comunicación. Periodistas tan reconocidos y respetados por cuestionar al poder como Daniel Moreno y su Animal Político, de repente guardan silencio sepulcral. Y lo ejemplifico:

Pasamos del “Ya qué que no aplauden” al “yo sé cómo hacerlos aplaudir”, los medios disidentes y críticos de hace un mes transmutan en los chayoteros de mañana. ¿Donde está Verificado, que usaba hasta el más mínimo agujero semántico para justificar las locuras de Obrador para dar un poco de luz al fideicomiso creado SUPUESTAMENTE para ayudar a las víctimas del sismo, y cuyos presuntos beneficiarios jamás vieron? ¿Dónde están los medios críticos como Animal Político que sacaban investigaciones rapidísimo, ahora explicando la relación, DOCUMENTADA, de Grupo Rioboó (involucrados también en el mentado segundo piso de AMLO) como empresa encargada de la estructura del edificio de Plaza Artz, que se derrumbó el día de hoy? ¿Dónde están los medios documentando que, en diez días, López Obrador y sus asesores más cercanos se retractaron de las promesas de campaña que se ganaron el voto de su hardcore, como que iba a disminuir la gasolina, por mencionar una de esas ocho promesas rotas desde ya?

Aquí hago otro paréntesis, pues también, en mi esfuerzo por mantener mi congruencia, reconozco que López Obrador ha mantenido en general más una actitud de presidente que una actitud de porro que había esgrimido durante más de una década. Mientras algunos de sus votantes pueden hacer corajes porque en algunos puntos se le están quitando la venganza prometida, yo celebro la transformación más mesurada a sus propuestas, como permitir que la reforma energética deje ver sus resultados y evaluar a los maestros. En muchas propuestas, aplaudo que AMLO decida no cumplirlas, pues de varias vino mi crítica, por la naturaleza demencial de muchas de ellas.

Volviendo al tema, es evidente que el nuevo gobierno tendrá nula crítica por parte del llamado “cuarto poder”, pues lo importante era sacar al PRI, ¿no? Lo demás son nimiedades, al parecer.

Por supuesto que tampoco tendrá mucha resistencia por parte de la sociedad, pues más de 32 millones de votos lo legitiman. Y, como se ha visto en redes sociales últimamente, un amplio sector de la misma está dispuesto a justificar cada cosa que diga nuestro nuevo presidente. No importa qué tan contradictorio es. Aún no toma posesión y ya lo están justificando. Y en casos igual de lamentables, buscando la tácita censura hacia sus críticos, con el ya ahora habitual “Ya supéralo”. Ante lo cual expreso, por ejemplo, que no se trata de superar porque no es un trauma, ni fuimos nosotros los que secuestramos la ciudad y tomamos Reforma sólo porque no ganó el candidato que nos gusta.

Un ejemplo rapidísimo de este sinsentido: Morena ganó la alcaldía en Cuernavaca SIN CANDIDATO. Esto, per se, habla mucho del tipo de votantes que le dieron el triunfo a Morena. Más por el afán de “joderse” a los que se van que por analizar el proyecto de los que vienen. ¿Votar por un candidato inexistente nada más porque qué coraje me da el otro partido? Sólo en México. Sólo en este México.

En suma, ni las cámaras, ni los medios, ni los gobernados parecen querer salir del efímero espacio de comodidad que les otorga la alegría de la victoria y el estatus de “mayoría”. En organizaciones solo veo a la Coparmex con afán de mantener un discurso disidente, aunque mesurado (fieles a su costumbre) y en los comentócratas al economista Macario Schettino y Héctor de Mauleón, por mencionar unos cuantos que ahora son minoría. Quizá incluso, con este afán de concentrar verticalmente la labor de comunicación que se señala en el video, estos columnistas terminen censurados.

Una oposición parca, tullida y apaleada en el congreso, una oposición reducida en los comentaristas y columnistas, y una oposición abiertamente censurada por sus pares en la ciudadanía, es el escenario que recibe el próximo presidente. Con una amplia sonrisa.

A partir de diciembre, la noción de Estado, entendido como un grupo de entidades coercitivas en un territorio para su funcionamiento, recaerá en una sola persona, en una verticalidad brutal.

El estado será él.

Es deber de la oposición de ser responsable con este nuevo talante, de criticar lo que se tenga que criticar del nuevo mandatario y acuerpar las buenas propuestas que él emane. Que aquellos que evidenciaron el desastre que fue el gobierno de Peña Nieto (yo mismo escribí de ello en un medio ya extinto, como la tesis falsa, la invitación a Donald Trump cuando era candidato, el socavón en Cuernavaca), también tengan el valor de señalar lo que haga mal López Obrador. Claramente sus aplaudidores no lo harán.

Los que pensaban que vivíamos en una noche larga, es porque lo que estaban viendo era el crepúsculo.