Es ingenuo creer que los periodistas quieran hacer pública su ideología y menos los cargos que han tenido en partidos políticos o gobiernos porque saben que eso sacaría a la luz el origen de sus odios y amores.

Si no quieren hacerlo entonces la población debe aprender a ubicarlos en los extremos imperantes, liberales o conservadores, con sus respectivos matices y formas de cada país, pero que en resumen aplican las mismas medidas generales:

1) Liberales: Las políticas tienen como base la democracia. La riqueza beneficia a las mayorías. Toman acciones de corte humanista. Rescata los valores nacionales y fomenta la cohesión social. Tiene como valor imperante la igualdad y el respeto.

2) Conservadores: Las decisiones las toman grupos reducidos bajo la creencia de que tienen mayor capacidad, inteligencia, valores, porque son de una raza superior e incluso porque Dios –el que sea- así lo quiere. La riqueza la administran unos pocos y la canalizan al sector empresarial sobre el argumento de que son expertos generadores de dinero y si ellos ganan, ganan las mayorías. No tienen políticas sociales porque creen que cada quién debe sobrevivir con sus propios recursos: por eso no están de acuerdo en la sanidad o la educación gratuita e incluso de los sindicatos.

El conflicto se concentra en la riqueza que genera un país y sus pobladores: los liberales quieren que beneficie a todos, mientras los conservadores la desean para su beneficio.

Todo esto no es nada nuevo porque estos capítulos de la historia se repiten casi idénticos de forma cíclica. Hace unos meses el dirigente nacional del PAN, Marko Cortés hizo un llamado a la comunidad internacional para que intervengan en México porque la democracia estaba en peligro, incluso hubo quien dijo que nuestro país debía formar parte de Estados Unidos de Norte América.

En 1864 los conservadores formaron un Comité de Notables para solicitar a Francia que enviara a un emperador y así se instaurara una monarquía. José María Gutiérrez de Estrada y Miguel Miramón viajaron para hablar con Maximiliano de Habsburgo y concretar los Tratados de Miramar asegurándole que el pueblo de México lo aclamaba.

Ahora bien, la inmensa mayoría de periodistas y analistas que apoyan a esta corriente no son conservadores de origen, sino fanáticos, instrumentos para que los verdaderos conservadores obtengan el poder que son unas cuantas familias con gran poder económico y político desde hace generaciones, así como nuevos ricos derivados de favores del sistema, es decir, corrupción.

Estos periodistas y analistas se han hecho de grandes fortunas como ha salido a la luz en últimas fechas, ofensivas cantidades de dinero para un pueblo al que los gobiernos les han negado medicinas, escuelas, trabajo, seguridad, calles pavimentadas, alumbrado y en general oportunidades.

Los periodistas y analistas liberales son fáciles de identificar porque principalmente apoyan las causas de las mayorías, se indignan por los abusos del poder y se atreven a disentir aunque les cueste la vida y la marginación en empleos y oportunidades.

Una forma de ubicar a un periodista conservador es que tiene muchas y amplias apariciones en medios de comunicación para manipular, atacar o enaltecer a las figuras que les dictan. Por el contrario, los liberales casi no tienen acceso a los espacios principales y cuando lo hacen, son atacados o despedidos.

Hay otro grupo del que no he hablado y es el más lamentable: los que se afirman en un extremo u otro sin saber de qué están hablando, es decir, que son ignorantes en la materia y no lo aceptan. No leen, no se cultivan, no reflexionan, no se acercan a investigadores y se dejan llevar por las mismas campañas de propaganda dirigidas a un pueblo sin preparación.

Estos son sólo unos aspectos generales que identifican a un periodista o analista liberal o conservador –de izquierda o derecha como también se pueden llamar-.

Seguirán usando el manto de virtud que les brinda el título de periodista, articulista, columnista, académico o hasta el de ciudadano independiente -bonita broma-, sin embargo hay un principio contra el que no se puede pelear: somos lo que hacemos y expresamos, -más lo primero que lo segundo-.