Quien caminara un rato sobre la siempre aturdida calle de Independencia en el centro de la ciudad de Toluca, luego de pasar a un costado de la enorme plancha de cemento que es el zócalo, y rumbo hacia la avenida Juárez, pensaría que lo único sobresaliente de entre el caos vial, el calor irritante a las 2 de la tarde y el fuerte olor medicamentoso que desde principios del siglo XIX exhala la muy antigua ‘Botica “La Moderna”, es el bellísimo edificio universitario de la Casa de las Diligencias. Sin embargo, casi justo frente a esta casona neoclásica y justo arriba de una poco encantadora taquería hay un sitio que es todo un descubrimiento para quien llega por primera vez, no sólo por su ubicación, que lo convierte en un pasaje secreto citadino, sino también porque resguarda un interesante y poco convencional acervo visual, literario, artístico, gastronómico y musical…El lugar al que me refiero y que es considerado por algunos como una cafetería, por otros como un foro cultural y para algunos más como una sala de arte, biblioteca o sala de juegos, se llama “Mandrágora. Gourmet, chocolate, arte y libros”.
La misión
Sui generis (“que es muy peculiar, que no coincide exactamente con lo que designa, sino que es algo distinto”) sería el apellido apropiado de este íntimo y casi secreto lugar. En principio, Mandrágora está instalado en un primer piso, en una especie de antigua vecindad aérea que se escapa del bullicio externo; comparte espacio con algunos locales comerciales como cafeterías, galerías y sitios de arte experimental e independiente que se distribuyen en derredor de un gran balcón cuadrangular.
Espontaneidad y momentos coyunturales es lo que se halla en Mandrágora, que desde hace poco más de un año surgió como una idea colectiva compartida y que tiene una misión en particular: en primer término ser un epicentro de lectura a manera de foro, y en segundo una plataforma para que sucedan cosas; así es, “sólo que sucedan cosas”. Un espacio en el que converjan las diferentes propuestas científicas y artísticas de la ciudad. Se trata pues, de un sitio de puertas abiertas prácticamente las 24 horas en el que puedes acudir a leer un rato alguna de las obras de la mini biblioteca, así mismo puedes llevarte un libro a cambio de dejar otro, puedes sólo comer o beber algo de la carta, buscar una conversación interesante con algún desconocido, estudiar, terminar las tareas pendientes, practicar tu instrumento, dibujar, jugar cartas o ajedrez, o acudir al encuentro de alguno de los tantos eventos artísticos, científicos y culturales que se suscitan: desde una exposición fotográfica o de artes plásticas, hasta las acaloradas tertulias multidisciplinarias, tomar o impartir algún taller sin costo por el empleo de las instalaciones, o escuchar algo de buena música al amparo del ambiente “a media luz” que proyectan los micro cuartitos del sitio. Todo puede pasar. “Lo más importante es lo que tú pienses que puedes hacer en el lugar” afirma Marky, una de las voces encargadas de Mandrágora junto con David, Paulin, Leo y Adrián.
La naturaleza de este espacio hace que el horario de cierre varíe de acuerdo a las actividades que se susciten; como puede ser temprano, como puede ser “hasta que el cuerpo aguante”. La hora de apertura es a las 9 am.
A comer, beber, bailar y gozar, que el mundo se va acabar
¿Qué no quieres nada fuera de lo común?, ¿nada de sorpresas por hoy? Sólo una tarde acompañada de una buena comida y bebida. Bien, pues Mandrágora también puede brindar la calidez (aunque mucho más íntima) de una cafetería convencional; sin embargo, hay que decir que los alimentos que en este lugar se ofrecen escapan de la oferta culinaria común que encontrarás en cualquier cafetería o restaurante de Toluca. Si el sitio está diseñado para ser una casa del conocimiento, la misma meta persigue su carta: que conozcas platillos y bebidas tradicionales de Colombia, como el famoso café Juan Valdez y el patacón, que consiste en un medallón de plátano macho frito con carne y guarnición de frutas y verduras que te dejará un dulce sabor en el paladar. Se suman los sabores regionales de Jalisco, Oaxaca, Guerrero y el Estado de México: chocolate preparado a base de agua, enchiladas, chilaquiles, corungas michoacanas, pastas, ensaladas, el particular chilate que difícilmente se encuentra en el centro del país y que se prepara con cacao, masa y ají, además de algunas reinvenciones de Mandrágora, como las refrescantes lechadas que, como su nombre lo dice, llevan por base leche y pueden ser de avena, coco y arroz. Hay cervezas y también algunas bebidas temporales como licores, cafés o tequilas traídas de otros lugares. Eso sí, nada de “bebidas cosméticas” como las nombra Marky; todos los tés son naturales, no combinaciones industriales extrañas.
Las delicias que se venden son para sostener el espacio y la misión principal que hay detrás: alimentar el espíritu. Además existe la posibilidad de acudir a los “bancos de tiempo”, que consisten en que puedes pedir alguno de los platillos o bebidas que se ofrecen a cambio de que des algo de ti, de tu tiempo: puedes ocuparte de las redes sociales un rato, publicar algo, donar una pintura o contribuir de alguna manera a Mandrágora y siempre hay convocatoria abierta para ayudar en el espacio, por lo que el dinero no te será un impedimento incluso para degustar los alimentos.
Las mandrágoras cobran vida
Una mandrágora es un tubérculo, pariente del jengibre, que se caracteriza por tener figuras humanoides. Marky cuenta que antiguamente en oriente, en los tiempos en los que sabios y plebeyos estaban obsesionados con encontrar la fuente de la vida eterna o la piedra filosofal, se pensaba que si una mandrágora era cuidada cariñosamente, tratada como un igual, podría cobrar vida y convertirse en un amigo que te protegería de todo mal físico o extraterrenal, además de tener la capacidad de curar enfermedades realizando infusiones con su propia sangre. A manera de analogía, lo que se ofrece aquí, además de la comida y bebida, es alimento para el alma, para el espíritu. Marky afirma que el arte y el conocimiento tienen la capacidad de curarnos si nos adentramos a ellos con la convicción de que son herramientas liberadoras y una vía de pacificación.
Dentro de Mandrágora
En su poca convencional vecindad Mandrágora se descompone en pequeños cuartillos pintados de blanco cuyo ambiente varía ligeramente de uno a otro; a lo largo de ellos te recibirá una televisión encendida, muda, incolora e insabora, pues nada se proyecta en ella, sólo ese típico montón de cuadritos blancos, negros y grises que parecen moverse velozmente a falta de señal satelital, ¿el propósito? Quién sabe…luego, notarás cómo astutamente carretes gigantes de alambre industrial han logrado combinarse con tapas de botes de pintura de 18 litros para escapar del basurero y convertirse en bancos para los visitantes, con cojín y todo; le sigue una bañera rebanada que forrada de cojines y telas de todos los colores, texturas y procedencias, nada envidia a cualquier sillón de tu casa; otros asientos se componen de botes invertidos con unas cuantas tablas sobre de ellos y la ya mencionada técnica espontánea de tapicería. El mismo estilo se decanta hacia las mesas, repisas y mobiliario del lugar: mesitas armadas con desnudos esqueletos de carretes gigantes industriales, embellecidos con una botella refresquera al centro que hace de florero, guacales apilados y echados panza abajo o girados 90 grados, que si bien quizás en sus viejos tiempos guardaron pollitos y verduras, ahora resguardan libros, juegos, revistas, vinilos…todo es material reciclado alguna vez creído muerto pero que ha llegado a tomar un segundo aire a este lugar…después, sobresale el librero blanco hecho a base de huacales que descansa firmemente en una esquina y en el cual podrás encontrar desde la famosa revista Proceso hasta ediciones únicas de poetas locales; algunos libros incluso tienen separadores de personas que se pasan por el sitio dos o tres veces a la semana para leerlos. Continuamos con los bustos de una pareja de maniquíes pintados de negro y con un manojo de ramas incrustado en la cabeza; imagen que a primera impresión resulta un tanto tétrica. Le siguen un par de piernas plásticas sentadas por allí en un rincón y muy bien calzadas con unas zapatillas carmín, y un poco más lejos se distinguen extrañas repisas decorativas geométricas empotradas en los muros que parecieran estar ahí sin un propósito claro…porque sí, porque les da la gana existir, así sin más. En otra pared se aprecia un grupo de tapas de botes de pinturas pero esta vez intervenidas a manera de lienzos, con paisajes pintadas sobre ellas por ejemplo. Remata el lugar el puñado de murales que se distribuyen a lo largo de Mandrágora: el rostro pacífico de una chica a punto de ser besada por un colibrí, la cara burlona del gato de Alicia en el país de las maravillas y luego el pasaje de una pequeña que vaga en compañía de cierta fauna…
El laberinto perdido
“Izquierda, derecha, de frente. Estás en el laberinto. Toc toc, déjame entrar. Déjame ser tu secreto” (Links rechts gradeaus. Du bist im labyrinth. Klopf klopf, lass mich rein. Lass mich dein geheimnis sein)*. Ubicación: Independencia casi esquina con Juárez. A estas alturas la calle se vuelve angosta, difícil de transitar, poco interesante y notarás cómo el aire medicamentoso es sustituido a gran velocidad por un punzante aroma a fritangas preparadas con gran cantidad de aceite, y que se mezcla con el olor que despiden los automóviles que circulan. La responsable de semejante espectáculo odorífero es una minúscula taquería que está justo en medio de dos locales: la papelería “La Sirenita” y la tienda de regalos “Regalos”.
Entra pues a esa desaliñada micro taquería y atraviésala hasta su otro extremo; tendrás que cruzar el pequeño, longitudinal y oloroso cuartito blanco. Quizás te pongas nervioso al principio, pues pensarás que los taqueros piensan que guardas extrañas intenciones al ingresar como si nada y no acomodarte a comer garnachas, pero no te preocupes, no pienses en lo que puedan pensar. Están más acostumbrados de lo que pudieses creer y además no hay otra forma de llegar a Mandrágora.
Justo al fondo hay una puerta abierta que conduce a un pequeño y gris patiecillo cuadrangular y en él verás unas escaleras pegadas a una pared que zigzaguean en verticalidad. Asciende…siente la bienvenida de posters, anuncios y pequeñas estampas ceñidas a la pared. Una vez arriba, sigue andando sobre el pasillo y en breve hallarás las puertas de madera blanca y vieja que son la entrada a Mandrágora…
* Fragmento de la canción “Labyrinth” de la banda alemana de metal Oomph!, en la que se narra una espeluznante travesía mental a la que se enfrenta Alicia mientras vaga por el país de las maravillas.
Mandrágora y Pro lectores
El aspecto característico de los cuartos de Mandrágora responde a un diseño pensado por la iniciativa Pro Lectores; un proyecto a manera de gaveta que tiene la misión de contribuir a elevar los índices de lectura en nuestro México generando salas de lectura “en donde se pueda y con lo que se pueda”. En este sentido, hay tres puntos que caracterizan a este proyecto: 1. Intervención y reconfiguración de los espacios públicos para convertirlos en sitios de lectura y a su vez foros para recitales, conciertos, presentaciones de libro, etc. Estas salas improvisadas tienen ciertas características, pues deben ser hechas con material reciclado, para lo cual usualmente colaboran artistas plásticos para la curaduría de los mismos, deben ser impermeables y poder armarse y desarmarse. Las salas de Mandrágora son las salas de Pro Lectores; se aprecia parte de la Sala Erótica y la Sala Infantil, por ejemplo. 2. La lectura itinerante consiste en generar una convocatoria para que la gente lea en voz alta en un circuito planeado en espacios públicos o privados, por lo que súbitamente la población se ve sorprendida por cientos de personas leyendo aquí y allá. 3. El tercer punto, denominado “Libros libres”, consiste en que traes un libro y te llevas otro, y es una convocatoria permanentemente abierta en los espacios de Pro Lectores, como Mandrágora por ejemplo, en el que de esta manera se ha mantenido la pequeña biblioteca que consultan los visitantes y hasta ahora se han liberado aproximadamente 6000 libros.
Pro Lectores a su vez forma parte de la ANEFH, A. C. (Sociedad Novomexicana de Estudios Sociales, Filosóficos y Humanísticos) que se ocupa de generar eventos en diversas partes del país, como congresos, tertulias, debates, muestras de cine, cursos, talleres, etc., para acercar el arte y la ciencia a la población.
Un grupo de miembros de Pro Lectores solía reunirse en los pasillos de una vieja casona ubicada en el corazón de Toluca, y entonces hallaron la oportunidad de plantear a los dueños el establecer en su propiedad un espacio para la ciencia y las artes. A los dueños les gustó la idea y así es como después de un mes y medio de arduo trabajo curando y adaptando el lugar y las salas, nació Mandrágora. La gente que visita el lugar se enamora de él y la mejor difusión que ha tenido ha sido por medio del “paseo de boca en boca” aunque, sin escapar a nuestros tiempos, también cuenta con una fan page en Facebook.
Escóndete en un lugar escondido entre las nada escondidas calles de Independencia casi esquina con Juárez en el centro de la ciudad de Toluca. Visita Mandrágora y a ver qué sucede...