El recién concluido mes de junio nos dejó un sabor muy amargo a los mexicanos, tanto en lo personal como en lo público, porque a la vez que enfrentamos la pandemia de COVID-19 que nos golpeó de forma inusitada con circunstancias de las que teníamos sólo referencias históricas, otro fenómeno negativo continuó lacerándonos no sólo como sociedad, sino en lo más profundo de nuestra humanidad.
A la par con la muerte de personas contagiadas con el temido virus que está cambiando el devenir del mundo, los mexicanos continuamos resistiendo la plaga del narcotráfico, que tan sólo en junio de este año mató a 2 mil 413 personas en todo el país, un promedio de 80 cada día, indican cifras del Gobierno federal.
La narcoinfección es persistente y, luego de años de experimentar con remedios caseros, las autoridades federales, estatales y municipales simplemente no pueden contrarrestar sus nocivos efectos, generados no sólo por el consumo de estupefacientes, sino por la violencia que se generalizó en diferentes regiones de la República Mexicana.
De hecho, el crimen mata a más hombres y mujeres que las mismas sobredosis provocadas por la ingesta de las diferentes sustancias que existen en el mercado. Aunque se supone que son un producto clandestino, se consiguen en cualquier esquina de nuestro país. Usted lo sabe, y lo sufre.
A lo largo del primer semestre del presente año son ya poco más de 14 mil los asesinatos cometidos en el territorio nacional, aunque para ser justos no podemos achacarlos todos al narcotráfico, claro que no, porque existen otros fenómenos sociales que también generan muerte, pero es innegable que la gran mayoría de los homicidios están relacionados de forma directa o indirecta con los delitos contra la salud.
Es por eso que insistimos en una idea ya planteada en otros escritos difundidos en este mismo espacio: México debe aprovechar la alianza política y el lindero que tiene con Estados Unidos, e incluso Canadá, para formar un frente común en contra del fenómeno del narcotráfico y sus efectos mortales que se llevaron ya a miles de personas.
Algo debe estar ocurriendo debido a que hubo ya detenciones y decomisos importantes en México, pero la violencia generada por la delincuencia simplemente no disminuye; por el contrario, aumenta. Así lo indican los números de víctimas presentados de forma oficial y los testimonios que recogen los trabajadores de medios de comunicación que se esfuerzan y arriesgan para darle voz a las víctimas; es decir, a los familiares de los asesinados.
Es sorprendente como al correr de los años la industria ilegal del narcotráfico se incrustó y afectó la vida de todos los mexicanos, al grado de generar muerte, crisis, desplazamiento humano, desapariciones, trata de personas, temor y, lo que es peor, desesperanza.
México se convirtió en el principal proveedor de drogas para los usuarios locales y de Estados Unidos, lo que empeoró con la llegada de la metanfetamina, un producto que se está llevando de calle en cuanto al trasiego y consumo a la mariguana, heroína, cocaína y demás drogas,
La producción de metanfetamina en el territorio nacional y su consumo en el país del norte forma un coctel demasiado peligroso para ambas sociedades que, de no controlarse, podría continuar una destrucción ascendente como ocurre hasta ahora sin que haya un freno que resulte eficiente.
Una muestra del tamaño de ese riesgo quedó patente en un decomiso hecho por autoridades federales y locales en Tijuana el pasado 2 de junio, cuando lograron el aseguramiento de casi 10 toneladas de estupefacientes, hecho que fue clasificado como histórico.
El producto fue localizado en una bodega de un área conocida como Valle de las Palmas, donde se ejecutó una orden de cateo liberada por un juez federal, en medio de una investigación por delitos contra la salud.
La información oficial indica que se encontraron siete toneladas y 802.332 kilos de mariguana, así como 46.3 kilos de heroína, dos toneladas 432.604 kilos de metanfetamina, 89 kilos de cocaína, seis mil 577 tabletas de fentanilo, 16.44 kilos de polvo de fentanilo, 31.5 kilos de lidocaína y 23.88 kilos de tetrahidrocannabinol.
El valor de las sustancias alcanza, informaron funcionarios, los 743 millones 116 mil 985 pesos, poco más de 37 millones de dólares. Imagine usted ese cúmulo de dinero y el poder que genera.
Parte de la mercancía parecía estar empaquetada y lista para ser contrabandeada a los Estados Unidos. El “prietito en el arroz” en este operativo fue no se reportó detención alguna, ¿Cómo es eso posible?
Ahora, con la entrada en vigencia del nuevo acuerdo comercial entre México, Estados Unidos y Canadá, se pone en evidencia que las autoridades de estos países pueden trabajar en conjunto para crear escenarios positivos, esta vez relacionados con la economía.
¿Podrían hacer lo mismo para enfrentar al enorme monstruo que representan las drogas para todos los habitantes de esas naciones? Creo que la respuesta lógica es afirmativa.
Sé que es un tema controversial y que existen argumentos para rechazar una cooperación más abierta entre los países de Norteamérica contra el narcotráfico, pero hasta ahora –como mencioné antes –los remedios caseros se están quedando cortos ante el tamaño del problema.
Creo firmemente que el Gobierno de México es el primer responsable de resolver todos los problemas que aquejan a los ciudadanos, así debe ser indudablemente; sin embargo, los miles de muertos y desaparecidos, además de las familias que son impactadas por este fenómeno criminal, reclaman justicia y seguridad para quienes todavía tienen esperanza de una vida tranquila.
Ya veremos qué surge de la próxima reunión entre Andrés Manuel López Obrador y Donald Trump en materia de seguridad. Ojalá y el tema no se limite sólo a la línea fronteriza y a evitar que los migrantes crucen a territorio estadounidense de forma indocumentada como ocurre ahora, sino que se generen vínculos de cooperación tendientes a enfrentar al millonario, pero ilícito, negocio internacional de las drogas. Al cabo soñar no cuesta nada.
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Martín Orquiz. Periodista en Ciudad Juárez, desde donde ha publicado para el periódico El Fronterizo, El Diario de Juárez, la revista Newsweek y La Verdad. Se ha desempeñado como reportero, coordinador de información y editor. Es comunicólogo por la Universidad Autónoma de Chihuahua y tiene una maestría en periodismo por la Universidad de Texas en El Paso. Recibió el Premio María Moors Cabot 2011 –en equipo con la redacción de El Diario de Juárez–, también es coautor del libro colectivo ‘Tu y yo coincidimos en la noche terrible’.