II
Aguascalientes: Covid-19 y la muerte migrante
Desde que se mudó al condado de Ligonier, en Indiana, Estados Unidos, hace más de 30 años, María Lidia Contreras se preparaba para dos acontecimientos cada año. Uno era visitar a su familia en Aguascalientes; el otro, su cuadro habitual de neumonía.
Afectada de los pulmones desde hacía tiempo, los cambios drásticos de clima le provocaban neumonías moderadas, aunque procuraba cuidarse para poder viajar y ver a sus hermanos, sobrinos y sobrinos nietos. Días antes de la cena de Navidad, tres generaciones se reunían a comer chaskas —una versión hidrocálida de los esquites— y ponerse al corriente.
El resto del año, la familia se comunicaba a través de un grupo de WhatsApp, en el que María Lidia era la tía de los piolines: de las primeras en dar los buenos días con imágenes y frases de amor, bendiciones y optimismo. Pero el 18 de abril de 2020 no envió ni respondió mensajes.
A partir de ese día, una sobrina radicada en Ligonier contestó por ella. Informó a la familia de Aguascalientes que había ingresado al hospital por problemas respiratorios. Que tenía COVID-19. Que la intubaron dos días después. Que la trasladaron a un hospital de Indianápolis. Que sus pulmones trabajaban al 30%. Que trabajaban al 10%. Que ya no funcionaban.
“De haber muerto de algún otro tipo de cosa, por un accidente, quizá, hubiera sido lo mismo para nosotros, que estamos acá en Aguascalientes”, dice Lupita Contreras, la mayor de las sobrinas de María Lidia,
La sobrina mayor explica que si su tía hubiera muerto por otra razón, la situación hubiera sido otra: “Le hubiera permitido estar al menos con su esposo o con su hermano o con mis primos de allá”. Pero el saber que murió sola supuso un estrés mayor. “Sentía mucha desolación por esa razón”, dice.
También le pesaba que, al estar suspendidas las actividades en los consulados y embajadas, hubiera siquiera la opción de tramitar una visa humanitaria y despedirla personalmente.
Los médicos desconectaron a María Lidia el 11 de junio. Su sobrina de Ligonier volvió a fungir de vocera vía WhatsApp para los de Aguascalientes. Que ella y el tío Valente iban camino al hospital. Que Valente estaba triste, pero tranquilo. Que ya estaban junto a la cama de su tía. Que ya estaba hecho.
Lupita y sus hermanas recibieron cada mensaje en sus celulares, juntas, en casa de sus papás. No querían que su padre estuviera solo. El día de la muerte de Maria Lidia rompieron la sana distancia por primera vez desde marzo y se abrazaron para llorar.
A María Lidia la velaron tres días después de su muerte, ya de regreso en Ligonier. La familia de Indiana transmitió a la de Aguascalientes la explicación de los médicos: no había riesgo de contagio porque el cuerpo ya no tenía el virus. Habían pasado dos meses desde que enfermó.
Los primos de Indiana mandaron al grupo de WhatsApp un link a la página de la funeraria. Quien diera clic podía ver el obituario a María Lidia junto a un video hecho con fotografías enviadas por toda la familia. Otro clic y en pantalla aparecía una toma fija: un costado del féretro y personas que entraban y salían de cuadro ocasionalmente.
El padre, algunos hermanos y sobrinos de María Lidia en Aguascalientes querían ver su rostro por última vez. Acordaron hacer videollamadas con uno de los primos allá para que se las mostrara.
El velorio comenzó a la 1 de la tarde y terminó a las 8 de la noche. Lupita pasó ese día llorando, mirando el video del obituario y resistiendo la insistencia de su primo en que viera el cuerpo. Poco antes de las 8, llamó a su papá para saber cómo estaba.
“Me dice: me estoy tomando unas cervezas porque sí vi a tu tía”, relata que sintió que el llanto de su papá era más sosegado. “Dice: sí, mija, sí la vi. Me quedé más tranquilo, me dio mucha tristeza ver la caja y verla a ella en la caja, pero sí la vi. Está acostada, como dormida, y se ve así porque no tiene vidrio. No se ve hinchada ni nada. Yo la vi; yo no sé si a ti te sirva para que te quedes más tranquila”, le dijo su padre.
Según sus familiares, María Lidia fue una mujer terca, que siempre logró lo que se propuso, y era también una mujer vanidosa. Después de ver a su familia, lo segundo que hacía al llegar a Aguascalientes era hacerse manicure y pedicure. Lupita no la vio con canas ni en el ataúd.
“No me gustó cómo la maquillaron. No le dejaron las cejas como a ella le gustaba”, cuenta. Pero lo que menos le gustó fue la expresión de su rigor mortis, que le pareció distinta a la que vio en las caras de sus abuelos y su tío cuando fallecieron. “Su cara era de resignada, no de descanso”, dice. “Ella no quería irse. Ella tenía muchos planes y estaba bien miedosa de enfermarse”. Dice que, a pesar de eso, verla le sirvió.
A Lupita —historiadora e investigadora en Ciencias Sociales— le ha impresionado más la importancia que han adquirido las redes sociales como espacio virtual para practicar la fe.
“En Facebook (mi tío) ponía imágenes de San Judas, de la Virgen de Guadalupe”, relata: “Los rezos, las oraciones, los links para rezar un rosario donde yo veía el nombre de mi tía etiquetado… Saber que no era yo la única que estaba pidiendo un milagro”, reflexiona un mes después de la muerte de su tía.
Pero ante la diferencia de horarios entre Ligonier y Aguascalientes, familiares y amigos de María Lidia se unieron en oración al rezar el novenario cada uno desde su casa, los nueve días a la misma hora. Valente, su viudo, también publicó
oraciones en su
perfil de Facebook a las que sus amigos de la red social se unieron escribiendo Amén. Otras personas que conocieron y quisieron a María Lidia le escribieron mensajes de despedida en su perfil de esa red social.
Las cenizas de María Lidia volvieron a Aguascalientes el 24 de junio. Ese día hubo reunión, pero no chaskas.
III
Sinaloa: Un médico de almas
Culiacán, Sinaloa, fue la segunda ciudad del país en la que se confirmó un caso de Covid-19, el 28 de febrero del 2020.
Es en esta ciudad en donde el Padre Jaime Quintero Corrales, conocido como Padre Jimmy, acompaña a las familias que se han acercado a él en busca de una oportunidad, aunque sea virtual, para que sus seres queridos tengan misas.
Ante la prohibición de celebrar ceremonias religiosas para evitar aglomeraciones, el sacerdote ahora oficia misas virtuales, vespertinas dos veces entre semana y matutinas los domingos. Hizo la transición con naturalidad y las familias comenzaron a encargarle misas —esas transmisiones en vivo— para sus enfermos de Covid-19.
“Dejen sus intenciones”, dicen los estados de Facebook con los que el Padre Jimmy invita a los feligreses a poner los nombres y mensajes de la gente por la que quieren hacer alguna oración especial. Los feligreses responden pidiendo por un familiar recién diagnosticado o por alguien que espera los resultados de su prueba y le encargan misas de difunto a causa del Covid-19.
“Hice una celebración virtual para una familia que perdió tres miembros. Se murió primero la mamá, luego la hija y fue tan fuerte el impacto emocional que el papá murió a los tres días de un ataque al corazón”, lamenta.
En la emergencia sanitaria Quintero Corrales ha tenido que luchar contra quienes consideran que las misas virtuales no son útiles, incluso entre sus colegas de mayor edad: “Un padre, ya mayor, se opone a las misas virtuales: que no tiene sentido la misa sin pueblo, que la misa es comulgar y la gente no va a comulgar. Pero está la comunidad espiritual y la comunidad de la palabra”, dice.
También visita pacientes infectados con el virus, ataviado con cubrebocas “del bueno”, guantes, gogles y careta, con su sotana blanca. “Me han dicho: Padre es Covid-19, y ya voy protegido”. Así ha sido testigo de la dificultad de las familias para lidiar con la muerte y respetar a la vez el distanciamiento social, que impide que se despidan en persona. “Desde que entro, la misma familia tiene todo, tiene sanitizantes, tiene su tapetito, incluso tiene un cuarto de la persona enferma aislado”, detalla.
En uno de los casos, comenta el padre, una paciente no tuvo más contacto directo, más intermediarios con la muerte que él y una enfermera “Me dio mucho sentimiento, porque la familia está fuera, no puede entrar aunque sea su propia casa. Le pusieron un cristal y desde el cristal miraban a su abuelita o a su mamá”, relata. La mujer, dice Quintero Corrales, falleció una hora más tarde”.
El padre Quintero Corrales dice que la suya es una misión muy importante: “Uno como sacerdote tiene una misión muy importante: “Dar la paz espiritual, encomendar el alma al Señor y estar en las buenas y en las malas con las personas”, explica. “Si los doctores no han parado desde que inició la pandemia, uno como sacerdote también es médico de almas”.