11 de mayo de 2023
Por A dónde van los desaparecidos
Vivir la desaparición de sus madres hizo de la angustia, la soledad, el miedo, una presencia cotidiana. Aunque nada mitigue el dolor de no saber dónde están, en su recuerdo sonríen, entonan canciones, las abrazan. Son hijas que luchan, salen a las calles y recorren parajes, ellas también, hasta encontrarlas.
El temor de no verla más
“Tengo miedo, ¿sabes? Me siento desprotegida”, confiesa con voz entrecortada Kristhian Muñoz cuando habla de su mamá Virginia Muñoz González, a quien no ve desde el 3 de abril de 2021.
Han pasado 767 días desde aquella noche en que, mientras Virginia se alistaba para acudir a un convivio familiar, un grupo de hombres armados irrumpió en su casa de la colonia Oblatos de Guadalajara y se la llevó por la fuerza. Ese día, recuerda Kristhian, la mayor de cinco hermanos, su mamá se había quitado ya su uniforme de policía municipal, que durante 21 años portó orgullosa, para vestir un pantalón azul de mezclilla y una blusa lila con la leyenda “Night dance”.
La ficha de búsqueda describe a una mujer de 40 años, de tez blanca y 1.69 metros de estatura. Con cuatro tatuajes: en el hombro izquierdo números romanos, en la mano derecha una corona, en el pie izquierdo un hada, y en el brazo izquierdo “Cristhian” en letra manuscrita. Cabello negro, lacio y corto, y complexión regular.
Pero la descripción que hace Kristhian de Virginia es muy diferente. Habla de la pasión que tiene por ayudar a los demás, de su generosidad y de una sonrisa con el poder de “cambiar tu vida”.
“Mi mamá es Virginia Muñoz González, madre, hermana, amiga e hija. Hoy se encuentra desaparecida. Su oficio es ser policía de Guadalajara. Su trabajo fue su sueño más grande y de las cosas que más amó en la vida. Es una persona fuerte, la más fuerte de toda la familia, muy lista, muy inteligente. Se puede decir que cariñosa a su modo, porque ella es policía, de cierta manera era dura. ¿Sabes? Es la persona con la sonrisa más hermosa que conozco”.
Cuando atacaron a Virginia, madre soltera, tres de sus hijos, menores de edad, estaban en la sala. Vieron cómo unos hombres armados la patearon, la encañonaron y se la llevaron por la fuerza. Su madre era el pilar de la familia, todos acudían a ella si tenían un problema, dice Kristhian, integrante del colectivo Jóvenes Buscadores de Jalisco. Cuando desapareció, la familia se quebró; solo una cosa tenían clara: había que buscarla.
Primero solicitaron la ayuda de la policía municipal, de los compañeros y amigos de su madre. Luego siguieron el GPS del teléfono celular. Fueron a búsquedas de campo en la barranca de Huentitán, a puntos cercanos donde podían haberla dejado, a los lugares que marcaba el celular. En ninguno la localizaron.
Después vino la denuncia por desaparición, la búsqueda con vida y sí, también la búsqueda en el Servicio Médico Forense.
“Nos hubiera gustado que se hubiera hecho una búsqueda inmediata como ha surgido en algunos casos con otros compañeros de la misma corporación. En ese momento, sabes, no sé si sea por miedo o qué, compañeros, amigos de ella que comían de su plato, llegaron a mencionar que nunca la conocieron, que no tenían ningún tipo de relación con ella”, dice decepcionada Kristhian.
Ante la falta de apoyo de la Comisaría de Guadalajara para buscarla como elemento de seguridad municipal, la familia ha intentado obtener información por su cuenta; ofrece una recompensa de 100,000 pesos a la persona que aporte información sobre el paradero de Virginia.
Buscar a su mamá ha significado para Kristhian cambiar su plan de vida, ser la voz que le quitaron a su madre, regresarle el amor que ella le dio y, de cierta forma, mandarle el mensaje de que la fuerza que siempre le demostró ahora la hace salir para traerla a casa.
“Estamos bien perdidos todos. Es el cambio de nuestra vida más grande que hemos tenido. Mi mamá era madre y padre para mis hermanos, era todo para ellos, o sea, mi mamá era su superhéroe. Ellos hasta la fecha no asimilan su vida sin mi mamá”, cuenta. “Ella me enseñó todo lo que sé hacer en la vida, menos a estar sin ella, y tengo mucho miedo de no volverla a ver”.
Kristhian y sus hermanos aún no saben si acudirán a las marchas convocadas hoy por madres buscadoras. "Ellas buscan a sus hijos y nosotros buscamos a mi mamá, la fecha es difícil porque es el 10 de mayo, y luego el día 20 es cumpleaños de mi mamá, es muy difícil para nosotros".
Analy Nuño
Un pastel en su día
En el video, tomado un mediodía desde el interior de una tienda de ropa, se observa una camioneta negra de la que salen cuatro hombres armados. Ingresan al lugar, lo revisan. Unos minutos después, una mujer mete la mercancía en exhibición y los hombres cierran el local. En un segundo video, hombres armados rompen, de noche, los candados de un comercio y entran. Lo inspeccionan y salen. Esos locales, ubicados en Nochistlán de Mejía, Zacatecas, eran de Delfina Florentino Hernández, desaparecida en ese municipio el 3 de enero de 2020.
Ese día también desaparecieron su esposo Jorge Olaf Plascencia, de 47 años, y su hermano Pedro Florentino Hernández, de 40. Cuando ocurrió el hecho, Delfina tenía 50 años y llevaba un tiempo denunciando las extorsiones y el “cobro de piso” por parte de integrantes del Cártel Jalisco Nueva Generación a los comerciantes de la calle General Enrique Estrada, a menos de diez cuadras de la presidencia municipal.
“Mi mamá ese día iba a hacer una posada, tenía la costumbre de dar regalos. Mi tío fue a visitarla desde Puebla. No estamos muy seguros de lo que pasó, pero una señora nos dijo que incluso ella se iba a mover de allí porque, si se enteraban de que me había contado, la podían matar. Me dijo que vio a mi tío y a mi papá caminando hacia un taller, que iban por una silla y mesas cuando, de repente, llegó una camioneta roja con mucha gente armada y los agarraron, y en eso mi mamá iba dando la vuelta con su carro y se la llevaron también”, narra Yesenia Trujillo, hija de Delfina, desde California.
Las desapariciones en Zacatecas aumentaron desde 2021, cuando se convirtió en uno de los epicentros de la problemática a nivel nacional. Actualmente, de acuerdo con el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas, hay 3,586 denuncias por este crimen.
Delfina y sus seis hijos tienen doble nacionalidad, también son estadounidenses. Por esa razón, y por una amenaza de muerte contra Yesenia por buscar a su mamá, el FBI investiga la desaparición, sin que hasta la fecha se haya encontrado información relevante. Lo único que se sabe es que, un año y medio después del hecho, los agentes recibieron una pista para buscar a la familia en Monterrey, pero no hubo ningún hallazgo. El caso ha sido dado a conocer por medios estadounidenses.
Yesenia, de 37 años, es la primogénita y se convirtió en una segunda mamá. La más pequeña de sus hermanas, cuenta, era menor de edad cuando Delfina desapareció.
“Lo único que pensamos es si mi mamá estará bien, si estará viva, en cómo la tienen. A una hermana le afectó mucho, a veces no come porque dice que mi mamá no come, que no está muerta. En cuanto desapareció, ellos [sus hermanos] se fueron a vivir conmigo porque solo teníamos a mi mamá. Ha sido difícil también para mí, a veces no sé qué responderles”.
Delfina es una madre muy amorosa, que cocinaba costillitas de puerco con chile para sus hijos y nietos, el platillo favorito de todos. También solía escribirles a diario para preguntar cómo estaban. Cuando los saludaba, mordía cariñosamente sus cachetes. Desde su ausencia, nada ha vuelto a ser lo mismo.
El 10 de mayo, cuenta Yesenia, hacen una pequeña reunión para recordarla y pedir por su aparición, y las de su padrastro y su tío.
“Nos juntamos todos y compramos un pastel, agarramos una foto de ella y la pensamos mucho, la recordamos porque no sabemos nada. Los queremos encontrar ya sea vivos o muertos, queremos tener en donde llorarlos”.
Mónica Cerbón
Un limbo llamado soledad
La madre de Diana Gutiérrez, Adulfa Pomposa Cerqueda Martínez, tiene 81 años, pero los últimos siete los ha pasado lejos de casa. Se la llevaron el 13 de septiembre de 2016 de una colonia de Chimalhuacán, en el Estado de México.
Ese día iba a participar, como ministra de eucaristía, en la procesión del Santísimo, que iban a llevar desde otra iglesia a la de su colonia, la de San Martín. Vestía de color gris la falda, el suéter y el saco, y blanca la blusa.
“¿Cómo me veo?”, le preguntó a su hija antes de salir, alrededor de las dos de la tarde. Diana dice que su mamá es coqueta, le gusta verse bien. Ella le recomendó que usara unos aretes y se llevara una chalina blanca.
Una persona que no conocían llamó para pedirle a Adulfa que acompañara a su mamá, y le ofreció llevar a ambas a la iglesia donde iniciaría la procesión. A Diana no le dio confianza, pero su mamá insistió. “No puedo negarme a apoyar a otra señora”, le dijo. Adulfa no llegó a la iglesia y tampoco regresó a casa.
Lo que siguió para Diana y su hermana fueron la incertidumbre, el miedo y el desconocimiento sobre a quién acudir, qué hacer. Las autoridades del Estado de México no creían que su mamá estuviera en peligro, por ser una adulta mayor.
“Nos dijeron que a lo mejor se le olvidó cómo regresar a su casa, o sea, esa discriminación por ser de la tercera edad que aplican desde el momento en que llegas al Ministerio Público, y también por ser mujer, porque fíjate que me dijeron: ‘Es que las señoras hacen lo que quieren, a lo mejor se peleó con una de ustedes’”, recuerda.
Como Adulfa, otras 808 mujeres adultas mayores han desaparecido en México, según las cifras oficiales. Sus casos están invisibilizados ante una tragedia que rebasa las 112,000 personas sustraídas de sus familias. La mayoría hombres, la mayoría jóvenes.
Diana recuerda a su mamá como una mujer carismática y muy alegre. A veces le pedía preparar decenas de tortas para repartir en los hospitales, entre las personas que esperaban noticias de sus familiares. “También me ponía a juntar las latas de aluminio para venderlas y con eso compraba dulces para los niños el 30 de abril”.
El Día de las Madres es una fecha difícil para Diana. En los colectivos de familiares de personas desaparecidas son pocos las y los adultos en búsqueda de sus madres.
“Siento que las hijas no somos visibles el 10 de mayo. No nos toman en cuenta. Hasta ahorita no recuerdo una consigna nada más de las hijas [que buscamos]. Los 10 de mayo para nosotros son muy complicados, muy terribles”.
Y es que cada vez son más los hijos e hijas que se quedan en un limbo que la integrante del colectivo Buscándote con Amor del Estado de México define como soledad. Precisamente, en una de las marchas del 10 de mayo, en la Ciudad de México, Diana se encontró con la señora María Herrera, quien busca a sus cuatro hijos desaparecidos en 2008 y 2010. “Se me queda viendo y me dice: ‘¿A quién buscas?’. Le dije: ‘Ay, mamá Mary, cómo que a quién busco. Le presento a mi mamá’”. Y le mostró la foto que llevaba de Adulfa. “‘Así como usted siente tanto dolor y tanta soledad el día de hoy, así yo también me siento’ y nos abrazamos”, recuerda.
Hay un algo que Diana no puede describir sobre lo que implica que una madre esté desaparecida. Lo intenta. Dice que es perder al núcleo de tu familia. Habla de esa seguridad que da llegar a casa y saber que está ahí. La forma tan especial en que una mamá, su mamá, le daba aliento en las horas bajas. “Siempre estaba ahí, decía: ‘Hija, yo sé que tú puedes’”. Es un respaldo, un ancla.
A Diana no le gusta el 10 de mayo. No tiene nada que celebrar.
Efraín Tzuc
Hasta saber qué pasó
La busco porque es mi mamá, dice Alicia, Licha, sonriendo. Tiene pocos recuerdos de la otra Alicia de los Ríos, originaria de Chihuahua y detenida por agentes del Estado el 5 de enero de 1978, pero sabe todo de ella. Su desaparición y su búsqueda han definido quién es Licha.
La primera vez que fue consciente de la búsqueda de su mamá tenía 16 años, en 1993. Antes ya había estado con su abuela Alicia y su tía Marta en manifestaciones y eventos, pero cuando dijo: “Ah, mira, esto es lo que hacen cuando salen, esto es lo que significa ir a [la Ciudad de] México”, fue en una reunión con el entonces secretario de Gobernación. Después las acompañó al Campo Marte. Ahora sus propios hijos le hacen burla preguntándole cuándo van a irse de vacaciones sin que ella tenga algo que hacer. “Y yo les digo nunca, mijito, nunca. Para mí esas eran como las salidas, las vacaciones, juntarlas con algún evento donde íbamos con Marta o con mi abuela”.
Licha tomó la estafeta cuando las vio ya cansadas, cuando también a las otras señoras con hijas e hijos desaparecidos les empezaba a pesar la edad. Se ha preguntado por qué no puede tomar distancia de la búsqueda de su madre, y siente que es un compromiso que asumió al ver la fatiga de su abuela y su tía. Antes de que ellas murieran, la tercera Alicia, abogada, se hizo cargo del caso de quien fue integrante de la Liga Comunista 23 de Septiembre
Tiene claro que no puede dejar que la búsqueda se extienda una generación más, que sus hijos vivan también siendo eternos buscadores, en una cadena infinita que se reproducirá hasta el fin de los tiempos si no se sabe dónde está su mamá. Licha espera que con ella se acabe la búsqueda y también la incertidumbre.
Alicia de los Ríos fue desaparecida hace 45 años, pero el tiempo que separa a Licha de otras familias buscadoras se desvanece cuando dice que comparten la ausencia, una corriente que une a todas las personas que buscan a su madre, sin importar cómo y cuándo desapareció.
Licha reflexiona sobre cómo su mamá y otras víctimas de la llamada “guerra sucia” fueron las primeras en ser desaparecidas por el Estado, con este mecanismo de represión que pasó del gobierno al crimen organizado. “Nuestros familiares fueron con quienes inició este dispositivo. Y cuando se viene esta gran ola de desapariciones, siento que nos agarró como qué está pasando, como si fuera algo desarticulado, pero tenía puentes en estas lógicas de la desaparición”.
Los crímenes se han multiplicado desde 2006. De las 112,000 personas desaparecidas a la fecha, dice, mil 200 corresponden al periodo de la “guerra sucia”: más de 110 mil ocurrieron en los últimos 17 años.
Y si hace casi medio siglo las desapariciones eran similares respecto a los motivos y el objetivo de los perpetradores, ahora el abanico de familias es mucho más amplio, heterogéneo, pero en palabras de Licha lo que todas tienen en común es la ausencia.
Su historia ha sido contada en documentales, textos, videos, se ha recordado en manifestaciones, frente a múltiples micrófonos, pero esa historia repetida sigue saliendo de su boca con la misma fuerza e indignación, con la misma claridad de que la búsqueda es hasta saber qué le pasó a su mamá.
“Yo ahí ya no encuentro mayor razón que sea mi jefa, nada más por eso. Y ya después le metes el poder ejercido para desaparecerla de manera forzada, todos los asegunes, todas las razones que se van juntando, pero la busco en un primer momento pues, porque es mi mamá, nada más”.
Aranzazú Ayala Martínez
Al son de ‘Paloma negra’
Hay momentos en que quisiera mejor rajarme
Y arrancarme ya los clavos de mi penar
Pero mis ojos se mueren sin mirar tus ojos
Y mi cariño con la aurora te vuelve a esperar.
Cuando escucha Paloma negra en la voz de Jenni Rivera, Yesenia Hernández piensa en su mamá. La recuerda cantando por la casa. Del regional mexicano, su género favorito, esa es la canción que más le gustaba. Pero para la familia Hernández Talavera, la vida y sus canciones cambiaron a las dos de la tarde del 5 de abril de 2021.
A esa hora, Ana María Talavera Rivera, de 47 años, fue a comprar café al municipio de Ocotlán, Jalisco. Tenía una cafetería. Tomó su coche, un Sentra verde 1993, y desde Jacona, en Michoacán, salió a carretera. La duración del viaje era de aproximadamente hora y media.
Desde ese día no han vuelto a saber de ella.
La frontera entre Michoacán y Jalisco es una zona peligrosa. La versión oficial indica que existe una disputa entre grupos del crimen organizado, y Yesenia asegura que en esa misma franja han desaparecido al menos otras cinco personas en los últimos tres años. Sus familias forman parte, como ella, del colectivo Decofem (Desaparecidos de la Costa y Feminicidios de Michoacán) región Zamora.
“Mi mamá y yo éramos muy unidas, yo andaba con ella siempre, para todos lados. La apoyaba en todo, ella a mí también. Si me pedía que la acompañara, pues la acompañaba, pero ese día no fui y sí me lo pidió, una nunca sabe lo que va a pasar. Esa parte entre Michoacán y Jalisco es un libramiento y le llaman el corredor de la muerte, porque han sucedido muchos asesinatos y desapariciones. Mucha, mucha gente desaparecida. Dicen que es por los cárteles”, narra Yesenia al otro lado del teléfono. Ella es la segunda de tres hermanos.
Mientras platica, se escucha el llanto de su hija, que está por cumplir dos años. Yesenia, que tiene 27, se enteró de su embarazo poco después de la desaparición de su mamá. Vivir ese proceso sin ella ha sido, dice, una de las etapas más dolorosas de su vida.
“Mi mamá desapareció y a los dos meses me enteré de que estaba embarazada, y pues fue algo muy, muy difícil. Una quisiera que su madre le explique y que esté con una, que conozca a sus nietos. Fue muy difícil, todavía lo es. Una vive con angustia y con todo este terremoto de sentimientos que no sabes ni en dónde estás. Es muy complicado”, cuenta.
Tras la desaparición de Ana María, su familia presentó una denuncia en Jalisco, donde la Fiscalía General del Estado no hizo prácticamente nada, salvo detectar que el último lugar marcado por el geolocalizador de su celular fue Tanhuato —a una hora de Ocotlán—, donde las autoridades ministeriales no han avanzado en la investigación.
Buscar por cuenta propia en Michoacán es muy peligroso, afirma Yesenia.
Acostumbrada a escuchar historias de madres que buscan a sus hijas e hijos, dice que con cada una le dan ganas de llorar. Piensa en su abuela, de 70 años, y en la tristeza en que se sumió tras la desaparición de su hija y la imposibilidad de salir a buscarla.
Desde que Ana María no está, en su casa no se festeja el 10 de mayo.
Mónica Cerbón