En el espacio de opinión especializado en medios informativos de este semanario se reflexionó hace 15 días sobre la excesiva exposición del presidente Andrés Manuel López Obrador ante reporteros, con sus conferencias matutinas diarias y el riesgo de incurrir en imprecisiones al manejar datos y dar pretexto a adversarios para atacarlo.

Con mucha pertinencia se aludió al gran peso dejado al mandatario por sus colaboradores, al quedar obligado a responder por los problemas registrados en las distintas áreas de su administración, cuando deberían ser los titulares de las mismas los encargados de aclarar todo. Y hay otro problema serio para el tabasqueño: el desvanecimiento de las cúpulas nacionales y estatales de MORENA y su ausencia total en los debates nacionales estatales.

Ni por equivocación la dirigencia nacional del partido gobernante sale a refutar las críticas de la oposición al presidente López Obrador; lo que no le resultaría difícil hacer, porque los cuestionamientos con frecuencia no tienen fundamento y podrían fácilmente ser rebatidos. Deja esta tarea al propio jefe de la nación.

En el debate nacional el presidente de la República no es acompañado por su partido. En las cámaras del Congreso de la Unión y las legislaturas locales de mayoría morenista se defienden las políticas del mandatario y discuten con los partidos de oposición los problemas nacionales y estatales. No ocurre lo mismo con los liderazgos nacionales y locales del partido en el poder: no dan señales de vida, y en el caso de Yeidckol Polevnsky, reproduce el comportamiento de los grupos internos del PRD, en donde militó, porque muestra rijosidad con sus compañeros de partido, pero indiferente ante el asedio de que es víctima López Obrador por parte de la derecha y la ultraderecha en el Congreso de la Unión y en los medios informativos.

Para efectos del debate, Morena existe sólo en las representaciones populares nacionales y estatales, no en el espectro partidista. Su dirigencia nacional no ha sabido mantener la unidad y ha cometido errores al seleccionar candidatos a gobernadores, con lo cual está convertida, no en apoyo, sino un problema adicional para López Obrador.

En el Estado de México es evidente la estrategia de disminuir el peso de la bancada de Morena en la Legislatura Local. Los adversarios ideológicos ya lograron dejar sin mayoría absoluta al morenismo y si consiguen convencer a dos diputados más de la alianza “Juntos haremos historia” de que se pasen al PRI, PAN o PRD, se esfumará la mayoría calificada ganada en las urnas, indispensable para reformar la Constitución. Frente a este riesgo, la directiva estatal de Morena se muestra indiferente, como si no se diera cuenta de la realidad, la minimizara o no le interesara la conservación de la mayoría absoluta. Y si bien es cierto que el trasiego de diputados de un partido a otro no es insólito, los efectos de esta situación no son iguales ahora que antes.

El PRI puede perder o ganar tres legisladores, pero en uno y otro caso no cambia su condición de bancada minoritaria. Ocurriría lo mismo en los casos del PAN y del PRD, pero en el de Morena, dos diputados menos de su coalición le quitarían la mayoría calificada, ante lo cual su dirigencia no mueve un dedo, como si no percibiera la gravedad de lo que ocurre o no le interesara. Su bancada tiene que defenderse sola.