28 de febrero de 2025
Por Analy Nuño para A dónde van los desaparecidos
En el crucero de San Antonio, a una hora y media de distancia de Manzanillo, el estado de alerta se activa. La recomendación de quien conoce la zona es clara: “No pueden detenerse mucho tiempo aquí [sobre la carretera federal 98]. Para allá, [el poblado La Tuna], ni siquiera entrar; hay retenes de la maña”.
Son los primeros días de febrero de 2023 y, en este punto de la Sierra de Manantlán, se percibe el miedo que atraviesa una región donde la defensa del territorio, librada por los ejidatarios contra el Consorcio Minero Benito Juárez Peña Colorada —propiedad de las trasnacionales Ternium y ArcelorMittal—, y los ataques del crimen organizado han dejado un saldo de siete víctimas de desaparición y 39 asesinatos desde 1996, según una lista elaborada por los pobladores de la comunidad nahua otomí de Ayotitlán.
La violencia, la persecución y las amenazas contra los ejidatarios han convertido este lugar, en la frontera que forman el municipio jalisciense de Cuautitlán de García Barragán, y el colimense de Minatitlán, en una zona silenciada.
Dos años después de ese recorrido, persisten la inseguridad y las agresiones contra los pobladores. Desde 2023, esta reportera ha mantenido contacto con al menos una decena de ejidatarios de Ayotitlán para conocer la situación en la zona. Sus nombres se mantienen en el anonimato, al igual que otras fuentes incluidas en el reportaje, debido a los riesgos que enfrentan.
El peligro en que se encuentran los defensores del territorio en Ayotitlán hizo que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos otorgara,
en marzo de 2024, medidas cautelares a más de una decena de habitantes de la comunidad para garantizar su protección.
Tras el asesinato del defensor Higinio Trinidad de la Cruz en noviembre de 2023 hubo un periodo de calma, pero según la versión de los pobladores, en los últimos seis meses sujetos armados han entrado por la fuerza a casas de familiares de víctimas de desaparición, asesinato o desplazamiento forzado cuando se encontraban ausentes. De regreso en sus hogares, solo encontraron destrozos.
Pobladores y ejidatarios que mantienen su lucha contra la minería y la tala clandestina son vigilados; algunos han sufrido, incluso, intentos de secuestro, mientras que habitantes de comunidades como El Naranjal, Mameycito, Las Pesadas y La Astilla —la más cercana a la mina—, denuncian que han sido amenazados con el objetivo de que abandonen sus localidades ante la presunta intención de la minera de extender la zona de exploración y explotación.
“Esa mina agarró las tierras, todas las tierras de cultivo ahorita ya son de ella porque, según ellos, son zona de mineral”, dijo uno de los pobladores afectados, quien afirma haber recibido advertencias por defender su propiedad. “La mina está a espaldas de la comunidad, nada más han ido haciendo cortes y cortes, y quiere sacarnos de la comunidad”, afirmó en un encuentro sostenido el pasado noviembre.
Contactada por este medio, el área de comunicación de Peña Colorada aseguró que “ha operado y opera en todo momento dentro del marco de la ley y con un alto sentido de responsabilidad social”, y agregó: “Rechazamos enérgicamente cualquier intento de relacionar a Peña Colorada con actividades ilícitas o criminales”. Aseguró además que la empresa mantiene “relaciones cordiales, transparentes y de respeto a los derechos humanos con los habitantes de los ejidos de Colima y Jalisco”.
Peña Colorada inició operaciones en 1975 como una empresa paraestatal, hasta que fue privatizada en 1991. Desde 2005 pertenece a dos trasnacionales del acero, que poseen cada una el 50% de las acciones: Ternium, empresa del grupo italoargentino Techint y concesionaria también de
la mina Las Encinas en Aquila, Michoacán, y ArcelorMittal, la mayor compañía siderúrgica del mundo.
Cada año extraen de Peña Colorada 4.1 millones de toneladas de pellets —un aglomerado en forma de esfera—, que representan el 30% del mineral de hierro que se utiliza en la industria nacional, según información de su página web. La mina abarca 1,202 hectáreas.
Decenas de crímenes
La desaparición del líder nahua Celedonio Monroy Prudencio la noche del 23 de octubre de 2012, tras ser golpeado por un comando de hombres armados que se introdujo en su casa de Loma Colorada, significó un parteaguas en la lucha que la comunidad del ejido de Ayotitlán sostenía con la minera para obtener el pago de regalías por la extracción de hierro, y contra los talamontes que explotaban maderas como pino, cedro y parota para exportarlas a China.
Licenciado en Ciencias Políticas y Sociales por la Universidad de Colima, donde más tarde estudió la carrera de Derecho, Monroy, de 37 años, fue director de Asuntos Indígenas del municipio de Cuautitlán y un defensor de los derechos de las comunidades y de los recursos naturales del territorio. Quienes se lo llevaron lo acusaron falsamente de tener armas; destrozaron y saquearon su casa, y amenazaron a su esposa, Blanca Estela Gómez Larios. Los culpables siguen libres.
“Él [Monroy] andaba metido en la organización para defender la sierra, estaba preocupado porque se iban a acabar el agua y los árboles. El gobierno no hizo nada para buscarlo cuando recién sucedió [su desaparición]; decían las autoridades que estaban investigando, pero nunca avanzó la investigación. Hasta ahora no hay nada”, dijo un familiar del defensor, entrevistado en 2023.
En junio de 2012, cuatro meses antes de la desaparición de Monroy, ocurrió la del defensor Agustín Mancilla Partida en Villa Purificación. Dedicado al campo, en ese tiempo participaba en la creación de una cooperativa de productos orgánicos.
Uno de los hombres cercanos a Monroy era Higinio Trinidad de la Cruz, con quien hizo mancuerna para fundar en 2009 la asociación civil Promejico Nueva Ruralidad Jalisco con el objetivo de impulsar proyectos productivos y defender los recursos naturales. Tras su desaparición, Trinidad de la Cruz continuó la lucha contra la minería y la tala en la Sierra de Manantlán. Once años después, el 24 de noviembre de 2023, fue desaparecido y, al día siguiente, hallado sin vida.
La desaparición de Monroy provocó que, durante cerca de 18 meses, los ejidatarios suspendieran las acciones de defensa del territorio. “En ese tiempo, la gente se preocupó y se organizó para hacer grupos de búsqueda, quedamos dolidos y que se lo llevaran infundió miedo; la lucha se paró”, recordó un ejidatario.
En 2014, estas acciones se reactivaron, conforme la mina de Peña Colorada era
acusada de daños ambientales como la liberación de tóxicos en la Sierra de Manantlán y la contaminación de afluentes de agua. Organizaciones civiles y pobladores llevaron sus
denuncias ante la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa), pero fueron desestimadas. Fue hasta 2021 cuando la Profepa, en respuesta a una solicitud de información, señaló a
la trasnacional, junto con otras 27 empresas, por impactos ambientales.