A unos días de que inicie la quinta ronda de negociaciones del Tratado de Libre Comercio de América del Norte no han habido avances. Los negociadores mexicanos parecen no tener muchas esperanzas de mejores resultados y es que los equilibrios no son fáciles de alterar desde principios de los noventas a la fecha: están muy enredados, comprometidos y los empresarios no quieren perder el terreno ganado hasta el momento.
En realidad es muy difícil mover estos equilibrios y lo saben las tres delegaciones, por lo que por más que Trump y su twitter se empeñen en querer tirarlo, los poderosos intereses afianzados no lo van a permitir, como ya se lo demostraron el pasado 24 de octubre cuando las poderosas GM, Toyota, Hyundai, Volkswagen y Ford, entre otros fabricantes, armadoras y distribuidores, pidieron al mandatario estadounidense no salir del TLCAN.
El México actual no es el mismo de mediados de los años ochenta cuando hasta el gobierno de López Portillo y antecesores, mantenían una política de no abrirse al libre mercado y casi todo era producido por la industria nacional privada y para estatal, pues hasta 1980 había más de mil 500 empresas oficiales en muchos sectores.
Eran otras condiciones: producíamos y consumíamos lo nacional, con la creencia de que lo importado era de mucho mejor calidad, y sólo llegaba mediante contrabando y se vendía en el comercio informal con la etiqueta de “fayuca”. Los mexicanos sólo sabían de los avances tecnológicos, productos, comidas foráneas y en general de una serie de lujos a través de los medios de comunicación, especialmente la tv.
En ese momento contar tener un par de tenis Nike era un lujo que sólo algunos podían darse; una televisión o estéreo Sony; maquinaria para mejorar la producción era algo que deseaban los empresarios, pero no podían importarse o se les aplicaban fuertes aranceles.
Actualmente estamos inundados de marcas de pies a cabeza: parecemos anuncios andantes que no cobran por la publicidad. La idea de estatus basada en el consumo se hizo presente.
Era otro México el de aquel entonces. Las naciones del mundo se movían hacía el libre mercado seducidos por tres actores que se encargaron de abrir fronteras: el presidente de E.E.U.U. Ronald, Regan; la primer ministro inglés, Margaret Tatchcer y el Papa Juan Pablo II.
En el caso de nuestro país, fue hasta la llegada del primer tecnócrata, Miguel de la Madrid Hurtado cuando se dio el primer paso a la apertura comercial: en 1986 México firmó el protocolo de adhesión al Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio, mejor conocido como GATT.
Sus integrantes se comprometían a tener una política recíproca en materia arancelaria, evitar prácticas negativas como el “dumping” y bajar los impuestos que aplicaban a las importaciones, ya que hasta antes del GATT se aplicaban al 100% en los productos.
En pocas palabras, el acuerdo permitía la llegada de más productos importados y a mejores precios; asimismo las exportaciones tenían trato preferencial y pagaban menos impuestos.
Era otro México. Veníamos de profundas crisis derivadas de la promesa de la abundancia por la alta producción petrolera y el mal manejo de la política cambiaria, así como de un ejercicio del gasto público desaseado: era necesario hacer crecer la economía y De la Madrid ya preparaba a su secretario de Programación y Presupuesto, Carlos Salinas de Gortari, para que elaborara un plan para lanzar abrir a México al exterior. Francisco Labastida, Manuel Bartlet y Manuel Camacho Solís eran parte de este grupo.
Tras una década de depauperación de las clases sociales en México, donde se presionaba a la clase media y crecía la pobre, mientras aumentaba la brecha con los ricos. A principios de los noventa se abrieron las negociaciones del TLCAN con resultados cuestionables, porque por un lado los mexicanos ahora pueden adquirir lo hecho en otras latitudes, pero por otro, la política neoliberal trajo consigo un galopante incremento en la pobreza, la delincuencia, la corrupción y en general, la caída del nivel de vida de los mexicanos. Podían ahora lucir un reloj importado, pero no tenían con qué comprarlo.
El GATT fue más benévolo que el TLCAN pues mantenía –al menos en lo público- el respeto por los bienes de cada país, de sus recursos y no comprometía su soberanía: cuba y la ex U.R.S.S. eran parte del acuerdo.
Cito un extracto de las memorias del ex presidente Miguel de la Madrid: “Las importaciones sujetas a permiso previo, que representaban el 100% del total hasta 1983, se redujeron a 35% en 1985 y llegarían a tan sólo 21.5% en 1988. También se redujo significativamente la tarifa promedio de importación en un proceso que la llevó a 11.17% en 1985 y hasta 5.6% en 1988”.
México no es el mismo de entonces. No quiero imaginar qué hubiera pasado si por falta de acuerdos comerciales no hubiera llegado el nuevo iphone X, es impensable, no miento si muchos hubieran caído en depresión y ocurrirían olas de protestas. Ni empresas, ni consumidores están dispuestos a que se altere el equilibrio - malo o bueno – que permite que cada mexicano tenga acceso a los productos del exterior.
Aunque la balanza comercial no es equilibrada, las exportaciones también son importantes y sería impensable, por ejemplo, que el aguacate mexicano estuviera ausente en la final de la NFL.
Este es un análisis muy somero ya que la economía mexicana está inmersa en 27 acuerdos comerciales con prácticamente todas las regiones del mundo y no es sencillo tratar de desenredar la madeja.
Lo que queda mientras tanto, es fortalecer la economía interna y el tipo de cambio. El gobierno mexicano no tiene que descubrir el hilo negro del crecimiento: está a la vista y muchos países están afianzados en el carril del crecimiento, un crecimiento al que se comprometieron cuando firmaron el TLCAN, pero que curiosamente prefirieron correr al revés, mientras que Canadá y E.E.U.U. despegaron de prisa.
Llanto
¿Toda esa violencia en las cárceles, extorsión, amenazas, homicidios y no hay un solo funcionario detenido?
Alegría
Eliminaron los moches que se aplicaban los diputados federales. Pero…
Charada
Preguntan: ¿cuándo van a darnos los mil 200 pesotes del salario rosa?; respuesta: ¿no leyó las letras chicas?. Dice muy claramente que “al hacer crecer la economía del estado con la apertura de empresas, el estado tendrá mayores ingresos, esos ingresos serán destinados al programa salario rosa”.
Diría aquel cómico: ¡así que chiste!.
Es muy cruel jugar con la pobreza de la gente.