Porque pareciera que aún no hemos terminado de tener candidatos obsesionados por el poder: Toca el turno de Ricardo Anaya.
Hagamos un pequeño recuento de cómo está el tablero. El PRI, en un intento de mostrar que ya no son el mismo partido que antes por milésima vez (porque claro, su “nuevo PRI” no funcionó teniendo a personajes como Javier Duarte, por mencionar un ejemplo entre decenas de ellos) postuló a un no militante del partido como candidato ciudadano, José Antonio Meade Kuribreña. Una persona extremadamente preparada y docta en temas económicos que tanta falta hacen en el país, pero al mismo tiempo, una persona de la que no se conocen muchos logros en su paso por distintas secretarías entre las que figuran Hacienda, Cancillería y Desarrollo Social. Es la persona más limpia que tiene un partido como el PRI, pero aún así representa la continuidad del partido en el poder.
Tenemos también al dueño, presidente, líder moral, candidato, producto, e imagen de campaña de Morena, Andrés Manuel López Obrador. Una persona cuyo discurso ha servido más para fomentar el odio y el resentimiento que unir a los mexicanos. Estoy harto de hablar de él y harto de que a la gente pensante le dé motivos para no votar por él mientras al mexicano justificadamente enojado e injustificadamente poco objetivo y de cabeza caliente es arengado para atacar ferozmente a los que no concuerdan con AMLO. Estoy harto de sus seguidores y su rampante estupidez de la mayoría. Su último sinsentido, su amnistía a criminales que fue objeto de mi columna pasada. Y se siguen acumulando sus errores.
Tenemos una horda de independientes sin cabeza, sin estructura, y la gran mayoría sin propuestas ni respaldo. Los dos punteros entre 40 aspirantes son, irónicamente, los que vienen de partido: Jaime Heliodoro Rodríguez Calderón, ex priísta y Margarita Ester Zavala Gómez Del Campo, ex panista. Parece que a alguien se le olvidó decir a los firmantes que los apoyos ciudadanos eran para aspirantes sin partido y no ex partidistas.
Tenemos por último a un Frente Amplio que más parece un Frente Frío. De la razonable y conveniente idea de crear un frente monolítico opositor para quitarle el poder al PRI (probablemente bajo el supuesto del quórum, es decir, la mitad más uno que asegure una mayoría contra el partido en el poder), se convirtió en apenas una coalición de tres partidos, más para asegurar su supervivencia que como una ola aplastante de sufragios.
En este contexto, y desde octubre, mes en que se formalizó este frente, uno de los nombres más sonados para encabezarlo en calidad de candidato era el presidente nacional del PAN, Ricardo Anaya. Un político de nueva generación (tan nueva como lo permiten las añejas estructuras en los partidos), sí, pero que también ha estado usando su estatus para promocionar su imagen. Nada diferente a López Obrador, en este sentido.
Alguien ya andado en años dentro del partido, primero como diputado, luego como coordinador de bancada y luego como presidente nacional, que no sólo no ha sido capaz de evitar la erosión y fragmentación de su partido, sino que la ha propiciado, como ha denunciado el ex presidente Felipe Calderón, cuando amenazó con dejar el partido, y quien, por cierto, actualmente es un crítico feroz del PAN.
A propósito de ello, el discurso de “destape” de Anaya no pudo ser más confuso. Básicamente el mensaje es que TODOS odian al PAN, todos incluyendo su propio presidente nacional.
“Y la historia se repitió en 2006. La alianza con la corrupta líder sindical Elba Esther Gordillo trajo graves consecuencias para nuestro país. Hubo grandes avances en la administración de Felipe Calderón. Es el sexenio con mayor inversión en infraestructura en la historia de nuestro país, pero seamos sinceros y seamos autocríticos: otra vez no cambiamos las estructuras clientelares y corporativas del PRI, quedó intacto el pacto de impunidad. […] Y también hay que decirlo: de buena fe, con rectitud de intención, pero sin una estrategia clara y eficaz se disparó la violencia hasta alcanzar niveles francamente insospechados. Y detrás de esa violencia hay enorme sufrimiento. Hay tragedias humanas. Hubo avances, sí. Pero no cambiamos el régimen.” Dijo en su discurso del domingo, rectificando lo que muchos “rebeldes del PAN” y otros disidentes del partido habían anunciado: Anaya está tan empecinado en tener el poder, que no le importa ni siquiera el descalificar a sus pares y ponerse a sí mismo como el que posee la razón. De nuevo, no muy lejano a López Obrador, a quien dedicó 15 minutos en criticar.
¿Cómo se puede esperar unir a la ciudadanía a tu proyecto, cuando tú mismo estás eliminando a los actores políticos de dicho proyecto? ¿Cómo esperas ganar el voto de la gente cuando todo lo que haces es hablar de ti mismo y de lo inteligente y buen candidato que eres? Esa estrategia solo le funciona a AMLO porque ha sabido capitalizar el odio, el rencor y la desesperación del mexicano promedio, una desesperación que hace ver como salvador a cualquiera que diga “yo puedo mejorar tu vida”. No puedes capitalizar un desastre del que tu propio partido ha sido partícipe ni siquiera admitiendo ello.
Así pues, el Frente ya cuenta con candidato. Y tampoco es opción. Ninguno de los candidatos está ofreciendo un cambio progresista palpable. Ninguno parece ser digno de sacarnos de la basura. De nada sirve un Morena encabezando las preferencias ni un Frente aglutinando votos si el único cambio en 2018 será de colores, mas no de miseria.